Le despertó el sol de unos de los pocos días que podía dormir hasta tarde. Un poco asustado abrió los ojos, por la incomoda sensación de tener que levantarse para ir a trabajar. Luego de un respiro de alivio, giro sin soltar la almohada y fijo su vista en un grupo de objetos de diferentes colores. Una sonrisa se dibujo en sus labios y sus pensamientos se llenaron de añoranzas.

Su mesita de noche estaba atestada de pozuelos. Su madre siempre le reclama por la vajilla que desentona con la decoración de su habitación, ella dice que ese reguero de pozuelos no combinan con las cortinas, pero a el no le importaba.

Ha decidido quedarse tendido en la cama toda la mañana, solo pensar, vagar entre recuerdos ahora confusos. Posa la vista en su manojo de pozuelos y toma con cuidado uno pequeño, de aire infantil, que lo traslado muchos años atrás.



Madrugada del 6 de enero 1993

Ese día su madre se alegra de que la navidad ya había pasado, hizo malabares para cumplir religiosamente con los ritos de aquel triste diciembre. La señora cada día luchaba por vender en un negocio a la deriva, donde las pocas y míseras ventas del día cubrían el almuerzo de su familia al siguiente y con la preocupación de que los anaqueles casi están vacíos.

Su padre, gran personaje, que se conformaba con su trabajo que le permitía pagar las cuotas mensuales de una deuda que no tenía fin y quedarse con unos cuantos centavos para tomarse siempre una cerveza camino a casa.
- Mi viejo, ¿que vamos hacer? – le dice a su esposo, con los ojos llenos de angustia.
- ¡Yo no se! ¡Cuando no hay, no hay! – Le grita enfadado, sin buscarle solución al tormento de su esposa.
- ¡Es así que lo resuelves todo!
- ¡Cállate coño! Déjame dormir, que son las tres de la madrugada. – vuelve a gritar enfadado sin temor a que sus hijos escucharan tras la delgada pared de madera que dividía las únicas dos habitaciones improvisadas detrás del negocio de la madre.
Con la vista fija en el trecho de almacén, escucha un ruido entre las vitrinas del negocio a su cabecera. Se levanta con cuidado para no espantar a su esposo que ahora atravesaba una de sus pesadillas cotidianas llamando a su madre por su nombre.

Entra a la oscuridad triste de la tienda, enciende las luces rápidamente. Se espanta en silencio al ver a una rata escabullirse detrás de una de las vitrinas. El celaje del ratón hizo que fijara su vista en lo que aun contenía ese aparador. La creatividad que le dio de comer muchas veces a sus hijos y servir adecuadamente la comida de su esposo, afloro como un regalo de unos reyes que atravesaron un gran desierto guiados por una estrella para visitar a un pequeño niño. Una sonrisa de alivio la sorprendió, amarrándose rápidamente su bata azul rey de terciopelo con el lazo de su cintura. Tomo papel, tijeras y cintas de colores.

Envolvió todos los objetos que pudo ver como regalos en las manos de sus hijos, haciendo estupendos lazos y sublimes rizos. Coloco cada cajita a los pies de cada cama y fue a su habitación a esperar que pasaran los pocos minutos que faltaban para que el sol asomara.

La risa y los gritos de alegría despertaron a su esposo. Se vistió con pantalones cortos, tenis y gorra para el sol.
- Me voy a caminar- le dijo sin mirarle a la cara.
- Pero es día de reyes y los niños ya despertaron. – le dijo con la esperanza que se quedara a compartir en familia.
El no respondió y salio de la habitación. Ella se lanzo de la cama para ir con sus hijos y abrí los regalos. Al entrar en el dormitorio contiguo, donde había tres niños saltando de alegría con cajitas preciosas perfectamente envueltas como regalos. Ella se sentó en una de las tres camas y los niños le imitaron. Todos al mismo tiempo rasgaron las cajitas descubriendo sus regalos. La mayor recibió un juego de bolígrafos elegantes y una carpeta con su libreta rallada amarilla. La mas pequeña, descubrió en su cajita un juego de lápices de colores con una libreta con las paginas en blanco, un paquete te papel de construcción de colores y unas tijeras.

El varoncito, al ver los regalos que sus hermanas ya estaban usando tomo con las dos manos su cajita y se quedo unos segundos contemplando el bello lazo que la decoraba. Maldijo a Melchor, Baltazar y Gaspar por el terrible crimen que habían cometido, se preocupo por lo que tendría que enfrentarse su madre cuando las vitrinas quedaran totalmente vacías. Ella le miro y le animo abrir su regalo. Al abrir su hermosa cajita con cuidado para no estropear la envoltura, un pequeño pozuelo dejo mostrar sus hermosos y fantasiosos dibujos. Coloridas casitas de dulces, decoradas con paletas, caramelos, galletas, mentas, chicles, chocolates se extendían cilíndricamente interrumpidos por una oreja por donde el hermoso pozuelo escuchaba su asombro al sacarlo de la caja.

Fue su primer pozuelo de muchos que coleccionaría, donde cada uno tendrían una historia que contar, algunas tristes, otras emocionantes y tal vez varias alegres. El varoncito ahora se preocupa de tener un posuelo por cada situación importante en su vida.
Hojas que crecen cuando caen
21:32 | Author: Urbano
Una casa abandonada nos recibe con una oscuridad hipnotizante. El camina delante abriendo la gran puerta de hierro y espera que yo termine de contemplar aquella reliquia de la arquitectura postcolonial.

Camino dejando abierta aquella gran puerta que conduce al pasillo tenebroso del lateral derecho de la casa. Sigo sus pasos. Trato de avanzar por la oscuridad nocturna que brinda una noche sin bombillos. Ando buscando su nuca, que parece flotar en la nada, parece brillar, parece guiarme, hasta que una gigantesca hoja muriendo se atreve a caer como una sombra rendida ante mis ojos. Aquellas difuntas hacían resonar nuestros pasos a medida que avanzábamos.

- ¿De qué árbol caen estas hojas? Por qué todas las hojas de este árbol son pequeñas?- le digo a la nuca, tocando el árbol a mi derecha. El se detiene.
- ¿Eh? es que crecen cuando caen, - dice sin voltearse y siguió caminando esperando que no se me ocurriera otra pregunta tan estúpida.
- ¿Como puede suceder esto? – El no respondió y siguió abriéndose paso entre aquel mar de hojas muertas, que al parecer crecen cuando caen.

Mi anfitrión se detuvo para esperarme delante la gran escalera ajada. Al llegar a los pies de aquella interminable fila ascendente de escalones pintados en degradado, el primero de un negro azabache y el siguiente mas claro que el anterior. En cuya cima vislumbraba un aura grisácea, como un humo congelado que me daba miedo y el último escalón, blanco.
- Que interesante tu escalera… - comenté al ver tan laborioso trabajo.
- Si, la pinté yo mismo, es para que todo el mundo cuando suba deje todo lo negro de su vida en el primer escalón.- No respondí, temiendo a decir otra estupidez.

Al cruzar el umbral de la entrada, una sala, algo peculiar, nos da la bienvenida. El deja las llaves en un gavetero de madera cruda, con un gran espejo sucio. Una mesita parecida a las que modelaban con gracia en casa de mi abuela. Libros, bocetos y restos de juguetes de un día de reyes que pasó sin penas ni gloria, todos flotaban por la casa. Cuadros abstractos me transportaban a absurdos pensamientos. Un gato con manchas verdes rondaba con arrogancia el lugar, haciendo gala de sus interesantes colores y un caldero vacío encendido en la estufa humeaba llenando la casa de un humo que no olía a nada. Plantas artificiales se agitaban en la ventana, lindas pero sin vida.

- Está muy original el mueble verde. – Comenté sentándome en él, al mismo tiempo con el temor de haber hecho un comentario absurdo.
- ¡Si verdad! Es para que combine con el gato.- agregó orgulloso, haciendo a un lado al gato que cruzaba por sus largas piernas sentándose a mi lado. No dije nada.

Empecé a inquietarme en aquel lugar, donde el ambiente opaco era partícipe de extrañas excentricidades. Mis pulmones protestaron y empecé a toser. Le pedí un poco de agua con la esperanza de que abriera un poco mas las ventanas de madera.

- ¿Cómo la quieres? – preguntó asumiendo que sabía la respuesta. Un gran pánico se apoderó de mi, no sabía que responder. Volvió a preguntar, su voz esta vez era impaciente.
- ¿Cómo la quieres? Tengo color naranja, café y morado. La transparente está caliente.

Asustado respondí que la eligiera él. Observé con cautela aquel vaso cilíndrico de cristal de un tamaño algo exagerado, en realidad me dio la impresión de que era una especie de florero, pero debo de admitir que dejaba ver con elegancia su contenido. El líquido era morado y efervescente. Lo tomé con recelo y esperé algún descuido de el para olerlo, me sorprendió en el acto.

- ¿Qué pasa? ¿No te gusta mi agua morada? La compré en especial en el supermercado. En verdad no se como el ser humano se empeña de cambiarle los nombre a las cosas. Todo líquido en esencia es agua. Detesto cuando alteran el orden natural de las cosas. Una manzana seguirá siendo manzana hasta que se pudra. Las cosas son como son y ¿quiénes somos nosotros? Que si no mas que unos pobres inmortales que retozamos con la creación.

Preferí no responder a nada, ya que bebía un poco mas confiado mi refresco de uvas aliviando la resequedad de mi garganta causada por su ambientación artificial. El se embarco en un sinnúmero de temas cada uno más profundo que el anterior, sobre refrescos, las sodas, los empaques desechables, el reciclado, que si el clima, calentamiento global. Mientras escuchaba su monólogo yo le observaba con atención y tomaba mi florero con las dos manos bebiendo mi refresco de uva mientras asentía mostrando interés.

Mientras se internaba en otros temas aun mas complicados, sobre bolas de pelos, carnes de algún animal de manchas verdes y demonios africanos, se levantó del mueble sin dejar de hablar, fue a la cocina donde aún el caldero seguía al fuego azul de la hornilla. Tomó una regadera, la llenó de agua en el fregadero y se dirigió hacia la ventana, se detuvo delante de ella con la regadera suspendida a nivel de su hombro para acentuar un aspecto importante de su perorata y sin dejar de hablar me dio la espalda y comenzó a regar las plantas.

En ese instante lo entendí todo. El tiempo disminuyó su velocidad y con mi vaso con residuos de agua morada aun en las manos vi como el se daba vuelta con una cierta gracia sobre sus talones descubriendo una sonrisa que se dibujó lentamente en sus labios, seguía en un letargo mientras mi mente procesaba rápidamente muchos pensamientos incomprensibles y que tenía que descifrar pero no en ese lugar. Coloqué con cuidado su brindis sobre la mesa, al lado de un collar de perlas y un gigantesco puño verde que emergía como un obelisco y me acerque a la ventana. Tomé de sus manos la regadera, regando la planta que le faltaba y avisándole que tenía que irme. Su semblante cambió despidiéndome con un abrazo que aliviaba el dolor de sus brazos y el de los míos. Deje la regadera en el gavetero de la entrada y me detuve en el umbral de la puerta, de donde vi un gran árbol que provenía del otro lado de la casa con unas hojas inmensas que caían al techo y rodaban hacia el otro patio. Prendí un cigarrillo resignado a bajar las escaleras y dejar la pureza e inocencia en aquel burlón escalón blanco, mientras me oscurecía lentamente hasta llegar a la negrura del primer escalón. Atravesé el cementerio de hojas que crecían cuando caían y cerré la gran puerta de hierro que deje abierta al entrar.
Lagrimas gratis
13:51 | Author: Urbano
Ella le espera bajo la lluvia, guareciéndose con su gigantesco paraguas verde, mientras trata de contener sus impulsos de gritarle el amor que le atormenta desde hace un tiempo, pero el miedo la invade, no sabe como el reaccionará y esto le molesta.

La lluvia cae a cantaros y sube desganada al auto, ahí esta el con su mirada que desarma. Con su enfado natural comienza hablar de temas cotidianos y el corresponde con amabilidad haciendo caso omiso a su actitud. Hace una parada y se desmonta avisándole que no tardara. Ella toca su asiento y siente su calor, su olor y presencia que no desapareció con el portazo.

El entra rápido todo mojado..., ella lo contempla cuando el se queja con enfado de la lluvia. Lo mira fijamente a los ojos, el no la esquiva, pasan los segundos, ella empieza a temblar, acerca su mano a su antebrazo mojado descansando en el guía, el no deja de mirarla, ella tampoco y la lluvia sigue cayendo.

Lleva su mano mojada por el rose de su antebrazo a su mejilla, haciéndole ver que no le importa su humedad, el se petrifica y no deja de mirarla a los ojos, mientras sus espíritus empiezan una danza dentro de una capsula azotada por la lluvia.

Dentro de la capsula sus miradas solo se interrumpen por los parpadeos, hay fuego entre ellos. Ella espera el siguiente paso, el no se mueve. Le toma la mano, el le responde y la aprieta suavemente, ella se acerca y el se inclina hacia ella, sus manos temerosas rozan lentamente sus piernas acariciándolas con ternura aproximándose con mas confianza, sus manos llegan a su cintura al igual que todo su cuerpo hasta que su calor y la humedad la invaden en un abrazo fuerte y un susurro que le estremeció todo su cuerpo. He soñado todas las noches con este momento. Le dijo mientras su mejilla barbada raspaba la de ella. Dos gotas ardientes salen de sus ojos mezclándose con su enfado y abandonando su cuerpo. La lluvia sigue cayendo y ellos siguen abrazados.

...El entra rápido todo mojado, Ella toma dos servilletas pasándole una y secándose con disimulo sus ojos mientras le decía para salir del paso: Sécate que te puedes resfriar. El toma el pedazo suave de papel sin mirarla y acelera bajo la lluvia perdiéndose en un mar de autos embotellados.
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