El Asalto de Hilda
20:26 | Author: Urbano
Con pisadas tan crueles como sus propios pensamientos, camino directo a la casa de Bluhna, que se veía a lo lejos a las sombra del Gran Árbol. Arrastraba consigo las mismas ganas de la muerte en los casos.

 Un vestido que parecía tener vida la cubría, con una capa tan sombría como la muerte. El viento fluía como sangre caliente por su ropón. Todo un negro más oscuro que el corazón de un demonio. Tan ceñido y trincados a sus curvas.

Rocas de la noche decoraban su busto, como lagrimas brillaban. Usaba guantes para protegerse de la vida de todo el lugar.

Hilda seguía caminando como una sombra, oscureciendo todo a su paso, ocultando la luna. Cuando llego al pórtico unas raíces, cual rayo más feroz se estrellara del cielo, se aproximaron a ella. Con un rápido movimiento hizo su capa abrirse como un abanico, cortando las puntas de las raíces que casi la atraviesan. Un veneno broto de las cortaduras de las cepas. Burbujeante y plomizo, como ceniza viva, adsorbiendo todo líquido, toda fibra, toda vida de las raíces que se extendían al Gran Árbol. En ese momento salió corriendo de la casa hacia el Gran Árbol. Una doncella con un capullo en sus brazos envuelto en un manto tan brillante como la luna ausente. Su resplandor cortaba las tinieblas como una espada filosa. La doncella debela una hermosa niña recién nacida, tomando el manto y colocándole en la raíz que venía consumiéndose rápidamente por el veneno. Al llegar al manto se detuvo. Corrió nuevamente hacia la niña, pero ya no estaba.

La bruja hacia flotar a la niña. Como una hoja ceca de otoño la hizo volar hacia ella. El manto a medida que la niña se alejaba dejaba de resplandecer. Las runas bordadas comenzaron a desaparecerse como un triste espasmo.

No rió, como lo haría cualquier villano. Su rustro maléficamente hermoso no tenía, al igual que su corazón, músculos para sonreír. Miro a la niña a los ojos:

-“Eres idéntica a tu madre…”- Susurro sin expresión, sin ninguna emoción. Miro hacia la doncella que corría con una daga de tres filos hacia ella. Hilda extendió su mano cubierta por los guantes brocados de azabaches y sopló. Un polvo danzó en el aire como raíces con espinas hasta clavarse en el pecho de la doncella y ese veneno plomizo comenzó a destruir su vestido. No sangró. Un grito se ahogó con las cenizas que ya salían de su boca. La doncella desapareció. Un sonido tan triste como instrumentos de cuerdas en tono menor se colaron en el viento. El bosque lloró. Hilda caminó hacia el pórtico. Se detuvo en el umbral y pisó fuerte la madera. Crujieron los tablones. Un fuego rojo empezó a extenderse y en minutos las llamas comenzaron a devorar la casa. Hilda permanecía sin arder en medio del fuego que engullía la casa. Las llamas corrían al cielo, como si quisieran alcanzar la luna ausente. Ella esperaba. Los gritos de Winifer la empezaban a desesperar. Pasó sus dedos por el rostro de la niña y la sumió en un profundo sueño.

-“¡Déjala! Como osas a venir aquí. Sabes que no tienes salida. Bluhna se acerca.”

-“¡Cállate! Pero si la estoy esperando, ¿no ves la gran señal que le he dado para que encuentre el camino? Y no te atrevas a entrar en mis pensamientos otra vez. En esta ocasión no habrá manto ni doncella que te salve. Para ti y toda la vida en este bosque, le tengo algo mejor para cuando termine la noche. Y sí, te puedo asegurar que cuando tu maldito sol asome, ya no existirás.”

Hilda era lo que llamaban la antítesis de Bluhna. Toda maldad emanaba de ella. Una bruja tan oscura como las cavernas más profundas y poderosa como el magma, caliente, destructivo y sin compasión alguna. Conocedoras de peligrosos misterios y portadora del veneno más letal.

-“Crees que me conoces… pero ¿En realidad sabes quién soy?

De seguro no quieres oírme. No escuchas lo que digo. Tal vez no sea necesario porque yo soy el que cruza las montañas en nombre de la nada. Yo soy el que busca en las luces más brillantes la oscuridad. Yo soy la que cabalga en las noches más oscuras y siniestras en un caballo blanco con los ojos abiertos y en los días más brillantes en un caballo negro con los ojos vendados. Yo soy la que danza en las olas con un báculo sin poder. Yo soy la que trepa los acantilados para simular un suicido. Yo soy la que entra en las mazmorras y todos callan. Yo soy la que le ha quitado el nombre al noble. Yo soy la que busca el dolor que tu escondes en otros cuerpos inertes y sin olor. Yo soy la que ha devastado sueños antes de conciliar el sueño y construyo pesadillas antes de caer la noche. Soy la que ha roto promesas antes de ser prometidas.

De seguro has oído hablar de mí…

Pero yo soy la que ve las hojas hincharse de verde al caer al suelo cuando se desprenden secas de las ramas de los árboles.




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