Mercedes, Octavio y los Compañeros
21:45 | Author: Urbano
Todas las noches eran de pesadillas, con la única diferencia que estaban despiertos. Mercedes siempre fue más valiente que Octavio, pero el se esforzaba. Tenían tres niños. Eran dos saludables niñas y un varoncito enfermizo. Los pequeños eran testigos inocentes de las calamidades de cada noche.

Era común la llamada a las una de la madrugada de la madre de Octavio para verificar si ya estaban durmiendo, la respuesta siempre era no. Sus llamadas siempre finalizaba con su recomendación habitual de leer el salmo veintitrés, después de haber casi rogado para que salgan con los niños de la casa y fueran a dormir a la de ella.

Mercedes y Octavio en su desesperación lo intentaron todo, pero era imposible, en las noches al apagar las luces la casa pasaba a otros dueños y ya resignados optaron por no temer a sus compañeros.

Podían oír continuamente como las puertas se abrían y cerraban solas, como si anduvieran personas en la casa. De vez en cuando el varoncito era molestado y despertaba sin gritar. La hembrita mayor con su espíritu rebelde siempre despertaba aterrorizada hasta que Mercedes tenía que ir a calmarla y dormir con ella, haciendo caso omiso cuando le halaban el dedo pulgar del pie izquierdo.

A pesar de las pesadillas con ojos abiertos de la familia, en el día todo marchaba bien, Octavio pronto completaría el inicial para una casa mas grande. No abandonarían a sus compañeros nocturnos por temor, sino porque la casa de solo dos habitaciones ya les era pequeña para su familia y deseaban tener una habitación solo para el varoncito.

Convencida por la madre de Octavio, Mercedes accede a ir donde una señora, que según su nuera, le daría una luz de lo que estaba pasando. Dejo al varoncito, muy enfermo de diarrea, con su hermana y salio con su nuera. La señora le dijo que en su casa habitaban indios, si querían deshacerse de ellos debía de verter agua clara en las esquinas de la casa y barrerlas con una escoba nueva hacia fuera y como recomendación final le advirtió que Octavio no se bañara en ríos, que podría ser halado hacia el fondo por los indios. Mercedes camino a casa compro la escoba y estaba decidida a seguir las indicaciones de la señora.

Al llegar a la casa no tuvo tiempo de seguir indicación alguna. Se entrego en cuerpo y alma a lavar pañales y tratar de mantener hidratado al varoncito. La noche callo con recelo y el niño no pudo dormirse. Sus gritos esta vez molestaban más que los asedios de los compañeros. Octavio, esa noche, durmió con las niñas, mejor dicho, intento dormir. Pataleaba de vez en cuando espantando a algún compañero que le halara los dedos de los pies, o levantarse bruscamente de la cama cuando sentía una rodilla apoyarse en el colchón. Un sueño profundo, de cansancio, lo embargo, mientras abrazaba a las niñas para evitar que la molestaran.

En la habitación contigua Mercedes rezaba al cielo que su varoncito sobreviviera la noche, se mecía ansiosa en la mecedora con el en su regazo. Había perdido la cuenta de las veces que había cambiado el pañal blanco de algodón. El cansancio no le hacia conciente de que si era ella misma que se mecía. Cuando el sueño casi le vence y el niño dormitaba sintió que volvía hacerse. El calor de la suciedad del niño le activo mecánicamente para irle a cambiar, pero la mecedora no se detuvo y ella no pudo detenerla. No sabia si se había quedado dormida, no pudo distinguirlo, pero podía sentir el líquido caliente que se colaba por el pañal. En ese instante sintió como el varoncito le era desprendido de su regazo y luego de sus brazos. No pudo gritar, no pudo moverse, no pudo llorar y el varoncito ya no estaba en su regazo en aquella habitación oscura.

Todo paso tan rápido que no se percato que la mecedora dejaba de moverse y sentía como un bulto en la oscuridad, que respiraba, le era puesto en su pecho y sus manos fueron colocadas suavemente en la espaldita del varoncito. Cuando sintió que la cabecita se apoyaba en su hombreo, se levanto de la mecedora como si despertara de una pesadilla y no hizo mas que cambiar mecánicamente el pañal de algodón que ya no era blanco.

Esa fue la última vez que cambio el pañal esa noche. Al día siguiente no utilizo la escoba y nunca le dijo a Octavio que dejara de bañarse en ríos.
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