La tomo de la mano sin preguntar. Solo la hizo caminar por senderos que ella no conocía. Con partes oscuras, tan oscuras como las plumas de un cuervo. ¿Tendría esta oscuridad algo oculto? No le importo que su razón le hiciera esa pregunta, las manos de él eran demasiado cálidas para pensar en eso. Siguieron avanzando hacia un huerto lleno de flores, pero él, al ver que ella se acercaba a una de ellas le apretó la mano en señal de desaprobación.

-No las toques, son venenosas”- le dijo él con ternura.

-Pero como pueden ser estas flores tan hermosas, venenosas.

Él no respondió, con un ademan de quien escucha una pregunta estúpida. La sujetó con suavidad por la cintura conduciéndola a un hermoso pórtico que parecía flotar entre las maliciosas flores. El viento era cálido y agradable, y de alguna forma la hacía sentir en un estado de plenitud. No amaba a aquel caballero que ahora se tendía en un diván tan negro como el paraje que habían pasado, pero sabía que podía sucumbir muy fácil a ese mundo, en apariencia, de ensueño.

Él desde la comodidad del oscuro mueble, le llamo. La observó en el umbral del pórtico como si fuera la única mujer sobre la tierra, quería abrazarla, pero no lo hizo. Su vestido jugaba con el viento. Solo miraba, como si esperara que las flores de su falda se desprendieran suavemente del tejido y flotaran al compás de delicadas ráfagas de viento que juguetean con el vacio haciendo movimientos de terciopelo. Sacudió la cabeza borrando el pensamiento, quería evitar la imagen de ver esas flores que danzaban calcinadas por el veneno de las suyas.

Ella atendió a su llamado. Se sentó junto a él. Lo miro a los ojos, toco su mejilla y lo beso. Sintió como su cuerpo se estremeció con el toque de sus labios. ¿Sería miedo? No se detuvo. Tímidamente le toco su cintura, casi sintió la suavidad del los pétalos de las flores de su vestido, esas que casi vio morir.

Le pidió que lo abrazase y ella no vaciló. Lo abrazo, lo apretó fuerte y a esas alturas quería abrazarlo tanto al punto de sentirlo por debajo de su piel. La noche callo junto con su vestido y durmieron. Una pesadilla tras otras le visitaron y ella las combatía aprentándolo cada vez más hacia sus pechos, como si intentara protegerlo, cuidarlo, reconfortarlo. Las pesadillas arremetían sobre su descanso y ella se mantuvo firme, les combatió una tras otra hasta que él pudo dormir tranquilo. El nunca despertó. Ella no sabía que terribles males se desataron en sus sueños, pero ella estuvo ahí, ofreciendo su cuerpo cálido, sus abrazos, sus besos en su cuello, sus respiración al compas de las de él. Las ahuyento.

Un montón de buitres le despertó, ella salto del diván como si supiera que la atacarían. Busco refugio sin ningún éxito. El seguía dormido apaciblemente como si no escuchara los alaridos de los buitres que se posaban aleteando en el pórtico. Ella no grito, era demasiado valiente para hacerlo. Intento despertarle pero él no lo hizo, en su cara se dibujaba, lentamente, una sonrisa de siniestra que la aterrorizo.

Los grandes pájaros bloqueaban la salida al sendero por donde llegaron y todo estaba rodeado de las “bellas” flores. Miro hacia el cielo y veía como el sol desaparecía. La sombra de una gran bandada de buitres lo eclipso. Solo algunos habían llegado primero al jardín. Lo tiro al suelo con toda y su sonrisa siniestra y empujo el mueble hacia las hambrientas aves, que parecían conducir toda su atención hacia ella. Brinco los escalones del pórtico cayendo en el sendero rozando el huerto de flores. El ardor ahogo su grito de dolor, la hizo retorcerse como un gusano herido. Sangraba, su brazo izquierdo sangraba. Intento levantarse y lo hizo cuando sintió, muy cerca de sus pies, un gigantesco pico que se enterraba en la tierra. Corrió hacia la oscuridad de plumas de cuervo y en medio de la nada alguien la sujetó.

-¿No dormiste bien?

-¿Por qué no despertaste?, ¿estás bien?

-¡Claro que estoy bien!, fue lo más cercano a la paz…

-¿No viste los buitres? ¿Te atacaron?

-Estoy acostumbrados a ellos, vivo aquí. Solo debes de dejarle comer un poco de tu carne y luego se van. Ya creo que hasta me gusta. Al principio sentía dolor, pero luego te acostumbras. – Termino diciendo rascándose la cabeza y recordando algunos episodios con los buitres. Una sonrisa se adueño de su rostro.

Su frente se pobló de arrugas – ¿Por qué no te vas? ¡Ven conmigo! – llanto.

-No puedo, vivo aquí. Este es mi hogar. ¿Por qué no te quedas conmigo? Veras que pronto te acostumbraras, estoy muy solo aquí. Mi trabajo es cuidar esas flores, a veces me pagan, a veces no… es cuestión de suerte. Cuando me suelen pagar, desprenden un néctar delicioso y con él me alimento. Los 21 de cada mes ellas germinan. No me dejes solo.

Se desprendió de sus brazos y empezó a correr en la oscuridad. Aun sentía aquel dolor de solo el rose de una flor. Otra vez, se estrello contra algo que la sujetó.

-¿Que ha cambiado?- Le dijo tornándose agresivo. Sigues corriendo y aquí estoy. Ya no puedes irte.

-¡Sácame de aquí! ¿Por qué haces esto? ¡Me lastimas!- Intento zafarse, pero él la sujeto más fuerte. – ¿Por qué me lastimas? Como si fuera uno de esos buitres.

Y con la cara embargada de una profunda pena le contesto: - Lo siento, no era mi intención. No quise herirte.
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