Hojas que crecen cuando caen
21:32 | Author: Urbano
Una casa abandonada nos recibe con una oscuridad hipnotizante. El camina delante abriendo la gran puerta de hierro y espera que yo termine de contemplar aquella reliquia de la arquitectura postcolonial.

Camino dejando abierta aquella gran puerta que conduce al pasillo tenebroso del lateral derecho de la casa. Sigo sus pasos. Trato de avanzar por la oscuridad nocturna que brinda una noche sin bombillos. Ando buscando su nuca, que parece flotar en la nada, parece brillar, parece guiarme, hasta que una gigantesca hoja muriendo se atreve a caer como una sombra rendida ante mis ojos. Aquellas difuntas hacían resonar nuestros pasos a medida que avanzábamos.

- ¿De qué árbol caen estas hojas? Por qué todas las hojas de este árbol son pequeñas?- le digo a la nuca, tocando el árbol a mi derecha. El se detiene.
- ¿Eh? es que crecen cuando caen, - dice sin voltearse y siguió caminando esperando que no se me ocurriera otra pregunta tan estúpida.
- ¿Como puede suceder esto? – El no respondió y siguió abriéndose paso entre aquel mar de hojas muertas, que al parecer crecen cuando caen.

Mi anfitrión se detuvo para esperarme delante la gran escalera ajada. Al llegar a los pies de aquella interminable fila ascendente de escalones pintados en degradado, el primero de un negro azabache y el siguiente mas claro que el anterior. En cuya cima vislumbraba un aura grisácea, como un humo congelado que me daba miedo y el último escalón, blanco.
- Que interesante tu escalera… - comenté al ver tan laborioso trabajo.
- Si, la pinté yo mismo, es para que todo el mundo cuando suba deje todo lo negro de su vida en el primer escalón.- No respondí, temiendo a decir otra estupidez.

Al cruzar el umbral de la entrada, una sala, algo peculiar, nos da la bienvenida. El deja las llaves en un gavetero de madera cruda, con un gran espejo sucio. Una mesita parecida a las que modelaban con gracia en casa de mi abuela. Libros, bocetos y restos de juguetes de un día de reyes que pasó sin penas ni gloria, todos flotaban por la casa. Cuadros abstractos me transportaban a absurdos pensamientos. Un gato con manchas verdes rondaba con arrogancia el lugar, haciendo gala de sus interesantes colores y un caldero vacío encendido en la estufa humeaba llenando la casa de un humo que no olía a nada. Plantas artificiales se agitaban en la ventana, lindas pero sin vida.

- Está muy original el mueble verde. – Comenté sentándome en él, al mismo tiempo con el temor de haber hecho un comentario absurdo.
- ¡Si verdad! Es para que combine con el gato.- agregó orgulloso, haciendo a un lado al gato que cruzaba por sus largas piernas sentándose a mi lado. No dije nada.

Empecé a inquietarme en aquel lugar, donde el ambiente opaco era partícipe de extrañas excentricidades. Mis pulmones protestaron y empecé a toser. Le pedí un poco de agua con la esperanza de que abriera un poco mas las ventanas de madera.

- ¿Cómo la quieres? – preguntó asumiendo que sabía la respuesta. Un gran pánico se apoderó de mi, no sabía que responder. Volvió a preguntar, su voz esta vez era impaciente.
- ¿Cómo la quieres? Tengo color naranja, café y morado. La transparente está caliente.

Asustado respondí que la eligiera él. Observé con cautela aquel vaso cilíndrico de cristal de un tamaño algo exagerado, en realidad me dio la impresión de que era una especie de florero, pero debo de admitir que dejaba ver con elegancia su contenido. El líquido era morado y efervescente. Lo tomé con recelo y esperé algún descuido de el para olerlo, me sorprendió en el acto.

- ¿Qué pasa? ¿No te gusta mi agua morada? La compré en especial en el supermercado. En verdad no se como el ser humano se empeña de cambiarle los nombre a las cosas. Todo líquido en esencia es agua. Detesto cuando alteran el orden natural de las cosas. Una manzana seguirá siendo manzana hasta que se pudra. Las cosas son como son y ¿quiénes somos nosotros? Que si no mas que unos pobres inmortales que retozamos con la creación.

Preferí no responder a nada, ya que bebía un poco mas confiado mi refresco de uvas aliviando la resequedad de mi garganta causada por su ambientación artificial. El se embarco en un sinnúmero de temas cada uno más profundo que el anterior, sobre refrescos, las sodas, los empaques desechables, el reciclado, que si el clima, calentamiento global. Mientras escuchaba su monólogo yo le observaba con atención y tomaba mi florero con las dos manos bebiendo mi refresco de uva mientras asentía mostrando interés.

Mientras se internaba en otros temas aun mas complicados, sobre bolas de pelos, carnes de algún animal de manchas verdes y demonios africanos, se levantó del mueble sin dejar de hablar, fue a la cocina donde aún el caldero seguía al fuego azul de la hornilla. Tomó una regadera, la llenó de agua en el fregadero y se dirigió hacia la ventana, se detuvo delante de ella con la regadera suspendida a nivel de su hombro para acentuar un aspecto importante de su perorata y sin dejar de hablar me dio la espalda y comenzó a regar las plantas.

En ese instante lo entendí todo. El tiempo disminuyó su velocidad y con mi vaso con residuos de agua morada aun en las manos vi como el se daba vuelta con una cierta gracia sobre sus talones descubriendo una sonrisa que se dibujó lentamente en sus labios, seguía en un letargo mientras mi mente procesaba rápidamente muchos pensamientos incomprensibles y que tenía que descifrar pero no en ese lugar. Coloqué con cuidado su brindis sobre la mesa, al lado de un collar de perlas y un gigantesco puño verde que emergía como un obelisco y me acerque a la ventana. Tomé de sus manos la regadera, regando la planta que le faltaba y avisándole que tenía que irme. Su semblante cambió despidiéndome con un abrazo que aliviaba el dolor de sus brazos y el de los míos. Deje la regadera en el gavetero de la entrada y me detuve en el umbral de la puerta, de donde vi un gran árbol que provenía del otro lado de la casa con unas hojas inmensas que caían al techo y rodaban hacia el otro patio. Prendí un cigarrillo resignado a bajar las escaleras y dejar la pureza e inocencia en aquel burlón escalón blanco, mientras me oscurecía lentamente hasta llegar a la negrura del primer escalón. Atravesé el cementerio de hojas que crecían cuando caían y cerré la gran puerta de hierro que deje abierta al entrar.
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2 comentarios:

On 8 de marzo de 2009, 21:00 , Anónimo dijo...

Si ya comprendo todo...

 
On 15 de marzo de 2009, 7:59 , Anónimo dijo...

Me encanto.


Entonces llego a aquella casa,
contrajo matrimonio con todas las nuevas ideas prendidas por doquier,
con el árbol despoblado en su copa y forrado en hojas que crecían al revés, con los escalones matizados, diluidos, degradados, hasta alcanzar el ultimo maculo
y entrar a un espacio mágico donde las cosas tienen otro nombre,
o por fin se les nombra como en origen, para después de entender todo el escenario,
irse tal como entro,
con todo lo que antes crecía en su alma sin la regadera,
sin el agua que le dejo antes, en el primer escalón, limpio el pensamiento.
Las hojas crecen cuando caen, cuando vuelve a la raíz,
seguro entendió la respuesta al cerrar la puerta de hierro,
al salir definitivamente de esa atmosfera de oscuridad sin bombillos.

 
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